Foto de María Alba Reyna |
Como siempre ningún suceso altera el día
el cielo sigue ahí pegado al techo
junto con esas nubes apenas dibujadas.
Los tejados de las casas
con sus chimeneas y sus humos,
que sin decir nada a nadie,
se elevan y desaparecen.
Los niños juegan en la calle
hasta que una madre se asoma
a la ventana y avisa para la cena.
Se hace tarde, y todos corren
a sus casas, se desperdigan
como hormigas asustadas.
El sol desciende a regañadientes
y se apoya en las montañas.
- Un ratito más, suplica.
Pero la luna manda, y no hay prórroga.
- Tú también te vas a la cama.
El cielo enrojece de tanto aguantase la risa,
parece que vaya a estallar.
Por fin el Sol entra en razón
y se deja resbalar tras la montaña
hasta el día siguiente.
Y así como siempre,
mientras las farolas vigilan y la Luna bosteza,
tras los porticones cerrados
las voces callan, los amores hablan.
Una descripción muy poética del final de día, o del inicio de la noche.
ResponderEliminarExactamento lo que dice el Sr. Marset. Y agrego lo que sabes, me encanta como escribes
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